Bienvenido a casa

La casa central es uno de nuestros orgullos. En general, no hay visitante local o extranjero que la abandone sin elogiar la belleza de sus estilos, sus materiales, sus detalles… Además, se trata de un edificio lleno de historias, acaso tan interesantes como las personalidades que por ella han pasado.

Un visitante distraído puede pasar meses, sino años, sin advertir los diferentes estilos arquitectónicos que están presentes en el edificio, construido hace más de 80 años para un juez que nunca llegó a ocuparla. Pero si se mira con atención, por todas partes se encontrará cosas para descubrir. Un baño, un montacargas o una heladera de hielo ocultos son solo algunas.

Ha tenido tres propietarios. Los primeros, los que la mandaron hacer, los Fein. El padre de familia, según se sabe, fue un fiscal que formó parte de la primera Alta Corte de Justicia de 1907. Murió antes de ocuparla y entonces se mudaron allí su viuda y un hijo adulto.

Se dice que el hijo, tras un incidente que lo afectó emocionalmente, se fue a París. Pero antes dejó su gusto plasmado en su dormitorio en suite, un lugar que hoy corresponde a las actuales secretarías de comunicación y general, y al decanato de la Facultad de la Cultura.

Muchos de los que se sienten a hablar con el decanato, lo harán sobre la exbañera del hijo Fein. Y podrán apreciar las paredes enteras de mármol finísimo con las que quiso recubrir su baño, así como los espacios que destinó a los espejos… Por el año 84, allí estaba el escritorio de María Julia Aguerre y todos conocían el lugar como “el baño de María Julia”.

Después de 1930, la casa alojó a sus segundos dueños: los Iraola. En este caso, se trataba de un cirujano, su mujer, sus hijos y personal de servicio.

Quiso el destino que Iraola operara y salvara la vida de un decorador europeo que estaba, junto a una compañía de artistas, trabajando en la región. En agradecimiento, el paciente le obsequió un boceto para que convirtiera el desván en biblioteca.

Biblioteca del tercer piso

A Iraola le gustó el proyecto y contrató a todos los integrantes de la compañía para que lo ejecutaran. Había europeos de varias nacionalidades y por eso el salón del tercer piso tiene tanta diversidad de estilos y tanto aroma a Europa.

Si se mira bien, en la estufa se verán trabajos hechos a cincel; en los laterales, laboriosos vitrales, y todo un techo cubierto con pintura al fresco. En uno de los lados del techo pueden verse, por ejemplo, a los cuatro evangelistas acompañados de Leonardo da Vinci.

El patio del tercer piso (donde hay azulejos que repasan escenas de El Quijote) nos lleva a España. Y a Andalucía, como sucede con el patio de planta baja. Ambos tienen azulejos originales traídos especialmente.

Sin embargo, la fachada y buena parte de los interiores con formas angulosas son muestras del estilo alemán. También hay estilo francés en el antiguo comedor de la segunda planta, que hoy se conoce como el Tapete. Ese nombre se consolidó gracias a un tapete verde que pasó toda su vida útil sobre la mesa.

En el año 81 los hijos del ya fallecido cirujano Iraola decidieron venderla. Y el CLAEH se convirtió poco después en el tercer propietario.

Con María Esther incluida

Pero la casa no venía sola. En una de las habitaciones de servicio estaba María Esther, quien había pasado casi toda su vida trabajando como empleada con cama en ese lugar. Al momento de la venta, María Esther tenía 75 años y estaba muy lúcida, y se quedó.

Al poco tiempo, María Esther atravesó una situación límite. Había salido a hacer sus compras un sábado después de mediodía, cuando toda la actividad del CLAEH había terminado. A su regreso, subió al ascensor y, apenas lo puso en marcha, hubo un corte de luz. El ascensor quedó inamovible, en el medio de dos pisos y con María Esther adentro.

Hubo de pasar toda la tarde del sábado y toda esa noche encerrada. Y también todo el domingo con su noche. Recién el lunes de mañana pudo salir y lo hizo con una entereza de ánimo que sorprendió a todos. Hasta la prensa vino a cubrir el accidente, pero finalmente no se publicó en los policiales de esa semana.

María Esther siguió en la casa hasta que se le hizo necesario estar acompañada en las noches. Entonces, el CLAEH le buscó un lugar en una pensión que estaba justo enfrente. Dormía en la pensión, pero durante el día cruzaba a la casa.

Seguramente nadie llegue a conocerla como ella, pero invitamos a los que llegan a descubrir la mezcla de estilos e imaginación que la hicieron como es. También a que descubran los nombres de las valiosas personas que han llenado esos antiguos salones con ideas nuevas. Y a seguirlos llenando.