El misterio del cadáver. Humberto Correa Rivero. Setiembre 19 de 2021
Dignidad póstuma « Cadáveres, partes del cuerpo, tejidos y restos óseos siempre provienen de individuos particulares e, incluso cuando estos individuos vivieron en el pasado distante, nunca pueden ser completamente deshumanizados. Todavía nos recuerdan que fueron una vez uno de nosotros». (1)
Cadáver: objeto inanimado o cosa, ente físico perceptible por los sentidos que queda cuando un ser humano, organismo biológico viviente, muere, es decir, termina de vivir. La muerte es el fin de algo, un episodio, pero no ente físico.
En los estudios de medicina, el cadáver humano como material de aprendizaje se identifica con la asignatura Anatomía. Cuando la Facultad de Medicina de la Universidad CLAEH inauguró el viernes 10 de setiembre una nueva sala de trabajo práctico, muy adecuada y funcional, de esta área, la decana, Dra. Selva Lima, me pidió que expusiera algunos pensamientos acerca del cadáver. Eso me motivó a nuevas reflexiones. Antes he profundizado innumerables veces sobre la vida, la muerte y las formas y circunstancias de una y otra, pero no me había detenido a cavilar profundamente, tomando como sujeto al cadáver en sí.
Ese pedido me motivó y lo que escribo está centrado en mis propias experiencias, sentimientos y reflexiones a través del tiempo frente a un cuerpo humano muerto. Insisto en dejar esta acotación, porque si este pretendiera ser un ensayo erudito debería abordarse al cadáver encuadrado en el inmenso tema de la muerte y en forma profunda desde múltiples puntos de vista: histórico, antropológico, religioso, psicológico, filosófico y otros. Creo que merecería un libro entero. Aunque haré referencia a diversos aspectos, mi escrito se basa en mis experiencias y sentimientos y estará sesgado no solo por mi concepción de la vida, sino por la circunstancia que motivó el encuentro: inaugurar una nueva sala para disecar cadáveres humanos con fines de formación médica.
Antes de seguir debemos tener en cuenta que lo que se experimenta a la vista de un cadáver, aunque tiene algunos elementos fundamentales comunes y antropológicamente constantes (enfrentarse a la muerte, sentir la pérdida, dar un sentido a lo ocurrido y determinar el destino de los restos), tiene otros muchos aspectos que varían en forma notable de acuerdo a cultura, tradición e historia de la comunidad, circunstancias en que se ha producido la muerte, relación del que lo ve con el fallecimiento, edad del que falleció y del que contempla el cuerpo, grado de parentesco o su ausencia, tiempo de evolución del cadáver, frecuencia con que ocurre este enfrentamiento, manejo y uso que se le da al cadáver y la profesión relacionada con cadáver que puede tener quien lo contempla.
Frente al cadáver
Cuando ingresé a Medicina, los únicos cadáveres que había visto eran el de mi abuelo paterno y el de mi abuela materna (cadáveres queridos). Cuando cursé la asignatura Anatomía estuve en contacto bastante estrecho con cadáveres todo el año. Anatomía consiste en el estudio topográfico, descriptivo y detallado del cuerpo humano desde la piel a los huesos. En los programas en que la enseñanza es integrada, incluye las relaciones de esas partes con las funciones y con la clínica. La anatomía se estudia leyendo en textos, estudiando detalladamente diseños y figuras de cada parte y región del cuerpo hechos con perfección, observando reproducciones artificiales de algunas partes y disecando cadáveres humanos. La disección de cadáveres humanos comenzó en Occidente alrededor del año 1300 (2). No solo se empleó para la formación de médicos, sino también con fines artísticos, como hizo Leonardo en el Renacimiento, que también tuvo interés específico en anatomía (3). Esta práctica que abre el cuerpo, lo separa en partes y escudriña dentro fue prohibida durante muchos siglos y penada con la muerte. Leonardo robaba los cadáveres de los ahorcados por delitos y los mantenía escondidos para disecarlos en secreto. Actuar sobre el cuerpo muerto para hacer otra cosa que no sea darle sepultura siempre ha estado rodeado de conflictos legales y religiosos y psicológicos y moldeado por la cultura.
Haciendo excepción de la formación de los especialistas quirúrgicos, tengo dudas acerca de cuándo y cuánto debe emplearse la disección cadavérica para formar a los médicos y en qué medida puede ser sustituido o complementado por otros métodos que simulen el cuerpo real.
Actualmente la disección cadavérica es complementada por modelos anatómicos artificiales y por sistemas sumamente sofisticados, controlados electrónicamente, que muestran imágenes y volúmenes del cuerpo humano en todos sus aspectos y vistos desde todos los ángulos: Anatomage (4).
De cualquier forma, algunas investigaciones sugieren que los estudiantes de medicina prefieren aprender anatomía disecando cadáveres humanos (5) y también que la disección anatómica de cadáveres humanos sigue siendo una gran herramienta para la formación de estudiantes (6).
En cambio, hay otras que comienzan a proponer su sustitución por otros métodos, exclusión hecha del aprendizaje de especialidades quirúrgicas (7).
¿Quiénes somos los que estamos o hemos estado frecuentemente frente a cadáveres y realizamos maniobra o procedimientos sobre ellos? Naturalmente que, fuera de los desastres naturales y las guerras, no todas las personas contemplan cadáveres, sino una proporción muy limitada de ellas. Somos los que por nuestra profesión, oficio o estudio cumplimos una función necesaria para la sociedad al manejar el cadáver. Como la sociedad considera útiles estas actividades para el bien común, nos autoriza y levanta la antigua prohibición punitiva, siempre que el fin acuerde con lo mencionado. Entre los que contactamos, contemplamos y manejamos cadáveres con frecuencia estamos: estudiantes de medicina, médicos forenses, los médicos que trabajamos en centros para la asistencia a los pacientes muy graves, policías, sacerdotes, sepultureros y los que trabajan en servicios funerarios (incluidos los que embalsaman cadáveres).
También los antropólogos y eventualmente los arqueólogos, pero estos generalmente trabajan sobre restos óseos o momificados muy antiguos. El ejemplo de los artistas del renacimiento ya quedó en el pasado, aunque ocasionalmente aparecen émulos que nos sorprenden o nos dejan en estupor.
Todos los que por su labor manejan cadáveres deben necesariamente sufrir un proceso psicoemocional adaptativo para cumplir su tarea sin que el impacto frente al cuerpo muerto perturbe el logro de su objetivo. Estoy muy familiarizado con lo que ocurre con los estudiantes de Medicina que cursan anatomía y con lo que nos sucede a los médicos que hemos trabajado muchos años en áreas de asistencia crítica. Aunque no soy un testigo habitual de los demás casos, supongo que todas las personas que manejan cadáveres sufren una adaptación similar.
Algunas publicaciones comunican cifras dispares en cuanto a la frecuencia con que los noveles estudiantes de anatomía en sus primeras sesiones sufren impactos displacenteros significativos. Varía entre 7,5% (8) 16% (9) y 61% (10). Quizá esta diferencia se deba al diseño de las investigaciones o a la facilidad con que los alumnos comunican sus sentimientos en medios culturales diversos. Los efectos displacenteros, muchos de los cuales se relacionan con pensamientos sobre la muerte, son de variado tipo e intensidad. Puede tratarse simplemente de la irritación de mucosas causada por el formol y el olor dominante en la sala o de reacciones afectivas importantes, como miedo, ansiedad, angustia o deseo de huir de la sala, coincidiendo generalmente con la invasión de la mente por fantasías acerca de la posible vida que tuvo la persona que dejó ese cadáver. Estas representaciones imaginarias pueden ser acerca de hipotéticas relaciones familiares, afectos, miedos, sufrimientos, proyectos y sentimientos del desconocido que murió.
La parte del cadáver que provoca más estos efectos es la cara. Sin embargo, con bastante rapidez casi todos los estudiantes se adaptan y neutralizan esas emociones negativas. Según varios autores, el 90% de los estudiantes de medicina prefiere aprender anatomía disecando cadáveres humanos, y muchos consideran al cadáver como un excelente material de aprendizaje, un objeto muy interesante y nada más. La adaptación psicológica es muy útil para que puedan cumplir un proceso de aprendizaje adecuado.
Entre los medios que los autores señalan para alcanzar esta neutralización de la sensibilidad se destacan el humor sobre la muerte y los muertos, y un aumento de la tendencia gregaria a permanecer más juntos con sus compañeros. Pero existe una línea divisoria muy fina entre el humor negro que hace desaparecer el malestar y el trato cínico hacia el cadáver, incluyendo ridiculizaciones, bromas pesadas y a veces transgresiones repudiables —bien conocidas— sobre partes o cuerpos enteros.
La adaptación mencionada alcanza a una gran proporción de los alumnos de anatomía, permitiéndoles el disfrute del conocimiento. Sin embargo, solo puede considerarse un proceso sano y formador si se acompaña de un sentimiento de respeto —y posiblemente de agradecimiento— hacia la memoria de la persona que murió y de la cual quedó ese cuerpo muerto, que ahora sirve para aprender.
Esto puede ser favorecido por la reflexión personal o intercambió reflexivo periódico, ya sea entre grupos de compañeros de estudio y disección o con la participación de docentes de anatomía que tengan una visión humana integral (10). En cambio, si esa neutralización emocional es extrema o se hace sin acompañarse de una reflexión periódica, puede convertirse en una actitud cínica hacia su material de trabajo y aprendizaje. Ha sido señalado en trabajos recientes que la pérdida exagerada de sensibilidad frente al cadáver puede ser un factor de riesgo para que en el futuro se trate en forma deshumanizada y sin empatía alguna a sus pacientes y prolonguen hacia ellos su cinismo (11).
Dado que he sido médico casi 40 años en centros de medicina intensiva, la presencia frecuente de cadáveres no me ha sido ajena, ya que uno de cada cuatro de nuestros pacientes fallecía. Compensaba nuestro esfuerzo el hecho de que, afortunadamente, los tres restantes egresaban curados o mejorados. Esta circunstancia me ponía frente a cadáveres que me provocaban algunas reacciones diferentes que los empleados en anatomía. Existía una ambigüedad, dado que por un lado habíamos conocido en vida a las personas que fallecieron y habíamos presenciado su fallecimiento, lo que quizá aumentara el efecto negativo que provoca todo cadáver, pero habíamos realizado muchos esfuerzos para que eso no sucediera, es decir, habíamos intentado cumplir con el deber hacia ese ser humano, lo que probablemente atenuaba el efecto negativo.
En el acto de inauguración que motiva este escrito me fue inevitable pensar específicamente sobre el grupo de cadáveres (que quedaron cuando murieron desconocidos de los cuales no sabemos nada) y que se acumulan en cubas especiales, en líquido conservante, en el trasfondo de la nueva sala limpia y luminosa.
Pensar el cadáver
Para pensar profundamente en el significado del cadáver, consecuencia de la muerte, debo comenzar por reflexionar qué soy yo como ser viviente, porque cuando muera perderé esa calidad y quedará una cosa orgánica inerte en vías de desintegración que no seré yo. Yo habré desaparecido de lo existente al morir. Es muy difícil pensar sobre lo que perderé y lo que quedará si omito pensar primero qué es lo que yo creo que soy y lo que tengo mientras estoy vivo.
Creo que como ser humano yo soy yo de la piel para dentro y esta es mi límite. Mi cuerpo es mi límite, mi ser, mi forma de estar y ser reconocido en el mundo, mi lugar de dolores y placeres, afectos, reflexiones y memorias, fantasías y proyectos en la más amplia expresión. Todo lo que siento, pienso y hago se origina dentro de esa envoltura tan tersa al nacer y tan ajada en la vejez. Se genera allí dentro como consecuencia de lo que he heredado y quizá en mayor proporción como resultado de lo que he intercambiado y permanentemente intercambio con otros —con cada uno y con la comunidad entera histórica y actual— y con el ambiente témporo-espacial que me rodea y en el que vivo.
Un ser vivo es un cuerpo funcionante y un ser humano es un cuerpo funcionante incluyendo la función suficiente de ese órgano tan preciado y misterioso, tan rico y tan complejo que es el cerebro y que también es cuerpo. Cuando un ser humano pierde completamente todas las funciones del cuerpo, o cuando pierde total y definitivamente todas las funciones del cerebro, ya no es más (12). Entonces queda un cadáver.
Aquí recuerdo la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española: cadáver: cuerpo muerto (13). Lo interpreto como forma no animada de humano que fue, o sea una cosa. También la RAE nos aclara: cosa: algo que tiene entidad; objeto inanimado por oposición a ser viviente (13). O sea, que el cadáver es un objeto biológico inanimado en proceso de desintegración inevitable hasta convertirse en sustancias elementales. Pero es una cosa sumamente particular o, como lo dice el profesor Guido Berro en su libro, «es una cosa, pero no cualquier cosa» (14). Una cosa especial que siempre en mayor o menor grado nos perturba. Y a esa “cosa especial” debemos manejarla con dignidad y respeto por razones que conocemos y otras hipotéticas elucubrativas que trataré de esclarecerme mientras escribo.
Respeto profundamente —como quiero respetar a todos los seres humanos— a todos los que piensan que al morir no desaparece todo lo que fuimos, sino que queda el alma en estado latente, o sea, que queda algo vivo. Quizá para este grupo de compañeros de viaje en la vida no se aplica mi razonamiento previo en muchos de sus asertos. De cualquier forma, creo que la consideración hacia el cadáver, la dignidad y respeto con que debemos manejarlo en los distintos usos o destinos que se le da aplican con pocas diferencias en casi todas las creencias para la mayoría de la humanidad.
Nombrar al cadáver
Creo que es muy interesante detenernos en la forma de referirnos al cadáver. Aunque en Anatomía se lo llama cuerpo, usualmente se escuchan ante un cadáver las siguientes frases o afirmaciones: «Este es el cadáver de Fulano» o «Este es Fulano muerto» o «Fulano está muerto». No creo que ninguna de estas tres formas de referirse al cadáver —relacionándolo con Fulano— sea correcta, porque Fulano solo existió hasta que murió.
Fulano ya no es más y no está más (salvo en la mente de los que lo querían). Al no ser ni estar, no puede tener o poseer nada ni ser algo. Simplemente es nada. Quizá deberíamos referirnos de otra forma si queremos relacionar el cadáver con quien antes fue Fulano en forma adecuada. Por ejemplo: «Este es el cuerpo muerto que quedó cuando Fulano murió». Esto tiene más sentido. Sin embargo la costumbre y la incomodidad de decir toda esa frase probablemente hacen poco práctico usarla. De cualquier forma, debería tenerse presente siempre ese concepto.
Creo que hay dos grandes factores que generan las frases de «cadáver y Fulano»: 1) la necesidad de relacionar el cadáver con la persona que fue, lo cual es explicable; 2) nuestro intento de prolongar la vida, de ignorar los límites de nuestra existencia y de decirnos que la muerte no es el fin y que aún muertos podemos ser o tener.
Interrogante inquietante
¿Por qué, si el cadáver es una cosa, nosotros, los que estamos vivos, le concedemos dignidad? Dignidad significa mostrar un respeto profundo o proclamar y sentir que esa debe ser la postura adecuada. Dejemos de lado para esta reflexión las consideraciones acerca de quienes la transgreden y degradan, desprecian o vilipendian los cadáveres, lo que es bien conocido. Posiblemente se trate de personas con alteraciones mentales graves o enceguecidas por el odio. Podríamos recordar a los antiguos que clavaban en una pica la cabeza de sus enemigos.
¿Por qué nos embarga el silencio, sentimos cierta aprehensión, a veces miedo u otras veces culpa ante el cadáver y hasta cierta reverencia? ¿Por qué nos resistimos a su proximidad? ¿Por qué debemos vencer una consistente barrera interior —y procesar una adaptación— para emplearlo con fines de aprendizaje u otros necesarios a la sociedad?
Un cadáver, aunque carece de los movimientos, las expresiones, el color y la temperatura y ese aspecto indefinible del que está vivo, es la forma natural más parecida externamente a un ser humano vivo. Podrían superarlo las figuras de cera u otros materiales de algún tipo de museos —hechas con gran perfección— y quizá en el futuro lo superen los robots humanoides. Pero en esas dos situaciones los vivientes sabemos que ambos carecen de algo esencial: no son lo que quedó de alguien que antes nació del vientre de mujer, que estuvo vivo, que tuvo una historia, unos amores, un empleo, una risa, un llanto, una mirada, una mano capaz de acariciar, un miedo —a veces espanto— ante la posibilidad de un día desaparecer y quedar de esta forma. Forma al principio idéntica a lo que él fue, pero sin la vida. Esa forma representa en de cierta manera el pasado de su presente (pues tuvo, pero no tiene más, algo muy parecido a lo que lo que el vivo tiene ahora en cierta medida) y también el futuro de su presente (pues el que está vivo inevitablemente morirá algún día y quedará un cuerpo muerto similar, un cuerpo muerto que al principio se parecerá muchísimo a lo que es ahora).
Cuando estamos frente a esa cosa no podemos eliminar de nuestra mente (conscientemente o no) esa especie de metáfora del devenir cuando unos mueren antes que otros, como pasa siempre. Y no la podemos eliminar porque si bien el que falleció y quedó ese cadáver fue historia, nosotros somos también una historia que está cursando, pero que un día se detendrá.
Cada uno de nosotros somos historia-memoria y ese patrón constitutivo está profundamente impreso en nuestro yo. La vida pasada del que murió se parece muchísimo a mi vida actual. En un momento fuimos iguales (antes). Esta es una de las causas de hermandad y temor.
Posiblemente aquí resida asimismo una causa de culpa, porque hubo uno que perdió todo y sin embargo yo sigo poseyendo todo. En eso hay una disparidad, un desbalance intrínseco que nos hace culpables de nuestra invalorable riqueza de vivir. Yo me quedé con la riqueza y él la perdió toda. Y ese que murió y que miro ahora el cuerpo muerto que antes usaba cuando estaba vivo, ¿no volverá para pedirme cuentas de esta diferencia? Esta hipótesis puede ser una de las explicaciones del miedo-culpa.
Al tratar con dignidad y respeto al cadáver, actitud que debemos mantener siempre, estamos haciendo tres cosas: 1) una especie de homenaje para que el que murió (pero que yo revivo en mi imaginación) no se enoje y me castigue, en una forma desconocida y, por lo tanto, llena de espanto.
Al respecto ver «El doble. fantasmas y espíritus» de Edgar Morín (15), 2) para recordarnos a todos que, entre nosotros, los vivos, tan parecidos a esa forma que en cierto modo nos significa, debemos tratarnos con dignidad y respeto (la dignidad humana) para poder convivir en mejor armonía y hacer la vida más soportable y quizá gozosa y 3) para agradecerle al que fue, al muerto, a los muertos, toda la enseñanza que nos han dejado y que aún el cuerpo que fueron nos sigue proporcionando al disecarlo.
Nosotros y nuestro mundo estamos edificados por y sobre los que murieron
Mientras escribo, otras ideas van apareciendo —esta vez luminosas— traída una por la otra y quiero terminar con algo muy gratificante relacionado con todos los que han muerto. Aunque en el presente nos construimos mutuamente entre los vivos, todos los fundamentos de lo que somos, la inmensa mayoría de los descubrimientos y protoconocimientos de que nos valemos, la casi totalidad de lo que encontramos en el mundo al nacer en ciencia y arte y todas las elucubraciones filosóficas del pasado que nos fundamentan fueron generadas por humanos que vivieron antes y que un día cualquiera, en la larguísima existencia del mundo, murieron.
De ellos, quedó físicamente solo un cadáver, que luego fue polvo. No importa en realidad que al final fuera polvo, porque queda lo que construyeron.
Cada nueva generación se funda, crece y construye sobre la base creada por los que antes murieron. Los cadáveres que quedaron cuando ellos cesaron de vivir fueron iguales a esos que disecamos en la sala de Anatomía. Yo realmente les agradezco de corazón a esa inmensa memoria de muertos, la historia, el arte, la cultura el conocimiento y la técnica que nos legaron. Creo que esta puede ser una razón para tratar con dignidad y respeto al cadáver. Al hacerlo estamos homenajeando a la inmensurable humanidad del pasado.
Los cadáveres queridos
He dejado de lado especialmente a los cadáveres que quedan cuando personas muy queridas mueren, porque la respuesta interior de los que quedamos vivos, y ellos amaron, encierra otros componentes. En esos componentes destaca el dolor —a veces insondable— por la pérdida. Pérdida que está ausente cuando en Anatomía disecamos cadáveres.
Sin embrago, cuando ha existido realmente amor entre el que murió y el que sigue vivo, el cerebro del último ha copiado elementos neurobiológicos del otro cuando vivían y compartían, y posee algunas redes neuroaxonales iguales o muy similares que persistirán definitivamente. En nuestra mente, gracias a las neuronas espejo y otros mecanismos, el recuerdo que queda de los muertos queridos no es inmaterial, sino una copia de alguna de sus estructuras neurobiológicas de las que disfrutaron (16).
Referencias
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