Estudiar, trabajar, contemplar. Por Carlos De Cores

Reflexiones a partir de la obra y la vida del ingeniero Eladio Dieste
Por: Dr. Carlos De Cores

El martes 27 de julio de 2021, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO inscribió a la Iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes, de Atlántida, Canelones, Uruguay, obra del ingeniero Eladio Dieste, en la Lista de Patrimonio Mundial de la Humanidad. Con ese motivo, el sábado 31 de julio tuvo lugar allí una celebración con la presencia de autoridades eclesiales, nacionales y municipales.

Este acontecimiento puso de relieve la figura de este ingeniero uruguayo, nacido en Artigas en 1917, que ideó un método constructivo que es referencia para los especialistas de todo el mundo, al punto que —como es notorio— sus obras en nuestro país son visitadas permanentemente por estudiantes y docentes de ingeniería y arquitectura, y son objeto de estudio en tesis y monografías sobre la materia en todos los continentes.

Desde la década de los años 50 del siglo pasado, además de esta Iglesia y de otras, siguieron construyéndose, con el mismo método, numerosos edificios que pueblan nuestro país: galpones, depósitos, fábricas, refugios, galerías, centros comerciales, monumentos… Como dice el arquitecto Nery González, [1] templos laicos del trabajo y la vida cotidiana que enorgullecen a todos los uruguayos. Según Ciro Carballo Perichi, están relevados más de 220.000 metros cuadrados de bóvedas de cerámica armada construidos en Uruguay por la empresa Dieste y Montañez entre 1955 y 1994. [2]

La circunstancia es propicia para proponer a todos los miembros de la comunidad universitaria Claeh una reflexión sobre el pensamiento de Eladio Dieste. No se trata de hacer un análisis exhaustivo de sus ideas, sino apenas de llamar la atención sobre algunos aspectos de su mensaje que se han traducido en palabras, ya que presentan muchos puntos de contacto con aquellos postulados básicos de la Economía Humana que constituyen el centro de la misión y visión de la Universidad.

El aporte científico y técnico de Eladio Dieste podría ser mucho mejor descrito por un conocedor del mundo de la edificación, pero en grandes líneas puede decirse que su mérito fue lograr la estabilidad de las estructuras constructivas mediante bóvedas gausas autoportantes, apoyadas en muros ondulados, lo que permite cubrir espacios de grandes dimensiones, con luces muy amplias, empleando fundamentalmente elementos cerámicos y menos volumen de hormigón armado.

El resultado impacta por la perfección de las formas y la amplitud de los espacios. Parece mágico, pero no es mágico; es el resultado de un arduo trabajo de cálculo de ingeniería, profesión universitaria basada en ciencias reputadas de las más duras y exactas.

Ahora bien: ¿cómo vivió Dieste estos logros? ¿Cómo elaboró él la experiencia de haber alcanzado este grado de perfección en su especialidad?

Eladio Dieste expresa con modestia que su trabajo obtuvo simplemente “una adecuación más ajustada a las leyes que rigen la materia en equilibrio”; [3] el mérito de su obra lo coloca simplemente en haber escudriñado las leyes que rigen el orden de la materia en equilibrio, y haberse sometido humildemente a ellas.

Como dice Dieste, “un primer fundamento es la coherencia de lo que construyamos con su capacidad resistente, por eso es natural que adecuemos lo construido a los esfuerzos a que va a estar sometido. Es lo que hace la naturaleza en un milenario y sutilísimo proceso de ajuste de la forma a la función”. [4]

Puede decirse entonces, en primer lugar, y lo dice él mismo, que empleó su ciencia en investigar y descubrir —en la disciplina de su especialidad— un orden que rige las cosas creadas.

Estas manifestaciones me sugieren distintos paralelismos y comparaciones que pueden ser de interés en nuestra experiencia cotidiana en la universidad, porque la vivencia de Eladio Dieste, ingeniero civil, pertenece a todas las profesiones universitarias; su experiencia resulta inspiradora en cuanto al compromiso con nuestros semejantes y a la apertura frente al misterio que trasciende aquella ciencia que él logró dominar con maestría.

Una primera reflexión que puede sernos útil es simple. Es obvio que en todas las disciplinas que usualmente se investigan y se enseñan en nuestras universidades y preparan para el ejercicio de nuestras profesiones, encontramos la experiencia de buscar y encontrar leyes que rigen el mundo y emplear ese conocimiento para el bien y el desarrollo, haciendo luego de ello nuestro modo de vida.

Así, los médicos emplean la formación universitaria para conocer, diagnosticar y curar enfermedades; los arquitectos para construir edificios, los agrónomos para lograr más y mejor producción agropecuaria, los abogados para persuadir mejor en el debate judicial, los administradores y gestores para lograr la sostenibilidad de los emprendimientos.

En todas las áreas del conocimiento y de la aplicación profesional encontramos ejemplos de personas que luego de arduo trabajo han puesto al descubierto, o simplemente conocido y aprendido, las leyes de la naturaleza o de la sociedad, y es el enunciado y explicación de esas leyes lo que constituyen el contenido básico de nuestros planes de estudio. Por tanto, nuestra reflexión sobre el caso de Eladio Dieste es aplicable a todas las profesiones universitarias y por tanto a todos nuestros estudiantes y docentes.

Es evidente que nos resulta cercano el lugar desde el cual Dieste relata su experiencia de atisbar un orden esencial de las cosas creadas; y seguramente resultará significativo para los lectores conocer la actitud asumida por este extraordinario intelectual, que fue capaz de descubrir y expresar matemáticamente reglas que rigen el equilibrio físico de la materia y aplicarlas en la construcción de edificios, pero se proyectó más allá del campo de la ciencia y de la técnica, para ingresar en el del espíritu y en el del compromiso personal. O sea, hizo una experiencia de contemplación y asumió un compromiso en la acción.

Dieste connota a su experiencia como “estar obrando en sintonía con el orden profundo del mundo”. Dice Nery González que la voluntad de Dieste de “insertarse con modestia y economía en el anhelado ‘orden del mundo’ está presente incluso en la más humilde de sus obras”, y que este es “un espejo en cual mirarse —no solo arquitectos y constructores— en estos tiempos inciertos de ‘posmodernidad”. [5]

En efecto, el tránsito por el camino de la vida y, en especial, por la senda de la investigación y la docencia, nos sugiere cotidianamente la existencia de un orden del mundo, nos hace barruntar que a todo subyace un orden implícito que es de admirar y preservar. La modernidad nos ha llevado a la sensación omnipotente de que podemos avasallar el orden de la naturaleza y el ambiente. En cambio, Dieste nos alienta a insertarnos con modestia y humildad en ese mundo que no dominamos. La belleza y armonía de sus obras es una demostración viva de la verdad y solidez de esa intuición. He aquí, sin duda, el inicio de un camino de contemplación.

Al mismo tiempo, el encuentro con las leyes que rigen el orden del universo pone de manifiesto los desórdenes instalados, la omisión en remediar las grandes inequidades y las situaciones de vulnerabilidad de grandes sectores de la población del mundo, ello de la mano del avasallamiento del medio ambiente. Dice Nery González que para Dieste, un hombre de fe, construir era un compromiso ético y una forma de dar testimonio de ese anhelado “orden profundo”, y que a esas convicciones se mantuvo fiel toda su vida y fueron la brújula que orientó su camino. [6]

Esta experiencia es parecida a la de los fundadores del movimiento de economía humana tan bien expresada por L. J. Lebret: el punto de partida psicológico de la economía humana es la angustia frente al apartamiento del orden armónico del mundo, frente al panorama de alienación y de vida infrahumana de gran parte de la humanidad y el compromiso con la humanización de la economía como parte de esa reconstrucción del orden profundo que exige respeto por la dignidad e igualdad esencial de todos los hombres y mujeres. [7]

Lo dicho hasta ahora ya sería bastante como para motivar una reflexión. Pero en la experiencia de Dieste aparecen otros matices. El proceso de buscar y encontrar las nervaduras de la materia lo lleva de la mano al “atisbo de ese inasible misterio que es el universo”, frente al cual todo el aparato de nuestra ciencia aparece impotente. Dieste no cerró sus sentidos a la comprensión de lo inasible. Por el contrario, se dejó interpelar por el misterio, afirmando que la apertura a la trascendencia es esencial para enriquecer la vida presente, para darle una dimensión integral, como la que está en el centro de las inspiraciones de la economía humana.

El brillante científico, el aventajado intelectual, el incomparable profesional, el que podría hacerse fuerte en la ciudadela del dominio maestro de la técnica, se confiesa débil y atónito frente a los misterios del universo.

Escribe Dieste: “Las consideraciones anteriores se refieren a cosas obvias que nos resultan claras en cuanto imaginamos una obra y lo que en ella haya de suceder, pero apenas rozan la respuesta de los interrogantes últimos de la vida a los que, conscientemente o no, buscamos dar respuesta con nuestro trabajo. Esa respuesta es plena en aquellos casos en que el alma queda en suspenso, transportada por el viento de la belleza de las grandes construcciones del pasado o del presente. Esas obras nos conmueven y atraen —como ya dijimos— no solo por sus dimensiones, su audacia o su finura constructiva, sino porque resultan misteriosamente expresivas y parecen abrirnos una suerte de camino interminable de comprensión y comunión con el mundo.

Para que esto suceda no debe haber nada gratuito o descuidado; al contrario, nuestro espíritu debe percibir en ellas una adecuación sutil de lo construido a las leyes que rigen la materia en equilibrio, lo que implica una actitud de respeto y reverencia frente al prójimo y frente a lo real. Nada de descuido y despilfarro: solo así se llega a conseguir lo que llamábamos economía en un sentido cósmico, que supone acuerdo con ese insaciable misterio que es el universo. […] Lo que descubre la lucha y el desvelo por hacer bien nuestro trabajo es que hay un profundo acuerdo entre lo verdaderamente racional y eficaz, y la belleza, o por lo menos que son como el primer e indispensable escalón para lograrla; y la belleza es el mensaje con el cual el misterio del universo se nos manifiesta, súbitamente cuando es muy vivo, en un cielo estrellado, en el mar inmenso, en el vuelo de un pájaro… Pero también en la obra del hombre cuando llega a ser arte, que es cuando consigue, como en un relámpago de visión, mostrar la comunión de nuestro ser con el misterio del mundo y desencadenar entonces el verdadero acto de amor que el sentir esa comunión nos provoca, tan vivo y sorprendente como cuando, levantando la vista una noche clara, sentimos que estamos hechos con la carne lejana de las estrellas”. [8]

Por esto puede decirse que Dieste fue un contemplativo, pero un contemplativo en la acción. Porque la misma comunión con el misterio que sugiere un cielo estrellado la experimenta en la excelencia de la obra humana, la que queda radicada en desencadenar el sentido del amor al creador y a las creaturas. Toda contemplación coloca al hombre frente al misterio. Pero la contemplación del hombre y de su obra habla, según Dieste, de un misterio encarnado, entretejido con la realidad humana, transformador, mejorador de su calidad.  “Se nos enriquecería la vida —dice Dieste— si se expresaran las complejas funciones de lo que hacemos, y también si fuera legible su función principal. […] Si la expresividad de la densidad de lo humano se extendiera a todo lo que vemos, se nos enriquecería la vida, y sería incomparablemente mayor su calidad: el arte no estaría confinado en los museos, viviría en la calle”. [9]

Su éxito profesional no le impidió el ejercicio de humildad de colocarse en su lugar de creatura. Pero al hacerlo llegó a encontrar en la contemplación aquel significado profundo de la acción, aquello que da sentido a la vida y la dignifica, lo que Lebret llamaba satisfacción de las necesidades de superación. No es suficiente satisfacer las necesidades básicas; una economía humana debe garantizar la satisfacción de las necesidades de superación, que constituyen “un elemento esencial de la expansión plena para que el hombre pueda comprender y dominar el acontecimiento, insertarse en él o quedar libre de él, para que el hombre pueda también sentirse miembro de la humanidad en marcha. Y, en fin, para que el hombre pueda satisfacer la necesidad de infinito que lleva en él y buscar el ser que pueda colmarlo plenamente”. [10]

Ojalá que estas líneas sirvan para que nuestra comunidad, y especialmente nuestros jóvenes estudiantes, con toda libertad —requisito indispensable de toda contemplación— sientan la inquietud que los lleve a plantearse la necesidad de acompañar su formación profesional con una reflexión profunda sobre el significado de la vida, prestando atención a las manifestaciones del misterio que nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte, a esas filtraciones de infinitud que estarán presentes a cada paso de la vida profesional, y orientando el proyecto personal de forma de incluir esas dimensiones.

Este es, para mí, el aporte que nos lega el ingeniero Eladio Dieste, profesional que supo no solamente estudiar, sino contemplar y servir.

 

 

[1] GONZÁLEZ, Nery, “Eladio Dieste. El orden del mundo. La Iglesia de Cristo Obrero Atlántida, 1952, 1958-1960”, en ESTEBAN MALUENDA, Ana, (ed.), La arquitectura moderna en Latinoamérica, Ed. Reverté, Barcelona, 2016, p. 121-126.

[2] CARBALLO PERICHI, Ciro, “La obra de Eladio Dieste. El reto de su inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial”, en Cuadernos del Claeh, Segunda serie, año 34, No. 102, 2015-2, p. 249-265.

[3] GONZÁLEZ, Nery,  op. cit., p. 126.

[4] DIESTE, Eladio, “Forma y lenguaje”. Extracto del artículo homónimo publicado en la Revista de Ingeniería, Órgano Oficial de la Asociación de Ingenieros del Uruguay, número 143, septiembre 1947, páginas 510-512, publicado en ESTEBAN MALUENDA, Ana, (ed.), La arquitectura moderna en Latinoamérica, Ed. Reverté, Barcelona, 2016, p. 134.

[5] GONZÁLEZ, Nery, op cit., p. 126.

[6] GONZÁLEZ, Nery, op. y loc. cit. Liernur ubicó a Dieste como afín con las ideas de Jacques Maritain. LIERNUR, Francisco, “Abstracción, arquitectura y los debates acerca de la síntesis de las artes en el Río de la Plata (1936-1956)” en Trazas de Futuro. Episodios de cultura arquitectónica de la Modernidad de América Latina. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2008, p. 235.

[7] LEBRET, Louis-Jospeh, O.P., “Economía humana, política, civilización”, en Cuadernos del Claeh, No. 1, CLAEH, Montevideo, 1958, p. 22.

[8] DIESTE, Eladio, “Forma y lenguaje” cit., p. 134.

[9] DIESTE, Eladio, op. cit., p. 134.

[10] LEBRET, Louis-Joseph, O.P., “Definición y lugar de la economía humana”. Extractado de la versión taquigráfica del curso dictado por el Padre Lebret en abril y mayo de 1947 en la Escuela Libre de Ciencias Sociales y Políticas de San Pablo (Brasil).