Evolucionar hacia la inteligencia colectiva. Por Andrés Lalanne

Andrés Lalanne

RECTOR DE  UCLEH

Cada vez es mayor el interés por conocer el comportamiento de las personas, saliendo de los clichés de las teorías clásicas del consumo y de la psicología. Las ciencias del comportamiento se basan en observaciones de situaciones reales, en evidencias producto de investigaciones empíricas. Las usan los gobiernos para comunicar consignas para orientar el comportamiento del público, las instituciones financieras para definir sus ofertas de créditos y hasta los supermercados para organizar las góndolas de productos. Pese a que presumimos de constituir una especie de seres inteligentes, hay muchos automatismos en la forma en que actuamos.

Vivimos en comunidades, pero en general actuamos de forma autónoma y confiamos en nuestra inteligencia, la que resulta suficiente para la mayoría de las decisiones triviales que tomamos.

Pero, ¿existe un sesgo en la inteligencia individual? Por más inteligente (en las múltiples clases de la inteligencia) que uno sea, la mirada personal está condicionada por la experiencia vital propia. Creo que esto es así, más por lo vivido que por lecturas o por la enseñanza formal que recibimos. Los psicólogos nos señalan la dificultad que tenemos de cambiar de opinión sobre asuntos sobre los que expresamos una primera opinión que quedó registrada en nuestro cerebro. Y esto es seguramente mucho más difícil de manejar cuando se trata de asuntos complejos, aquellos que no pueden responderse mediante meras simplificaciones.

Deberíamos, por lo tanto, confiar más en las decisiones colectivas.

Según la Wikipedia «la inteligencia colectiva es una forma de inteligencia que surge a partir de la colaboración de diversos individuos, generalmente de una misma especie, en relación a un tópico en particular». George Pór definió el fenómeno de la inteligencia colectiva como «la capacidad de las comunidades humanas de evolucionar hacia un orden de una complejidad y armonía mayor, tanto por medio de mecanismos de innovación, como de diferenciación e integración, competencia y colaboración».

El problema es que nuestra cultura es individualista, «mi vida es mi asunto». Y la educación que recibimos se edifica sobre el paradigma del logro individual; aprobar los exámenes, destacarse, obtener una buena calificación, son metas «necesarias» para hacer una buena carrera profesional y laboral. Se enseña a «desarrollar competencias» para poder competir con otros y ganarles. Así, la sociedad divide a las personas en ganadores y perdedores, clasificación que los diferencia en primer lugar por su capacidad de consumir. Una sociedad exitosa, en este paradigma, es aquella que tiene un gran número de consumidores «felices». Hipertensos, estresados, tal vez obesos, pero «felices».

Hay cada vez más evidencias de que cooperar resulta en mejores resultados que competir. Para todos, pero muy significativamente para los más débiles, para los más vulnerables. Porque la competencia lastima, deja heridas, crea brechas y suele ser injusta, usualmente no es fair play. La cooperación, sin embargo, se observa en la naturaleza. Muchos animales colaboran entre sí para vivir en comunidades, y más recientemente verificamos que los árboles también cooperan y se protegen de situaciones amenazantes. Por extensión, el concepto se aplica a las redes de computadoras y a la inteligencia artificial, donde se lo denomina como inteligencia colaborativa.

Un pequeño decálogo de inteligencia colectiva podría contener estas condiciones para su desarrollo:

1. Respetar a todas las personas en sus derechos
2. Escuchar con atención todas las opiniones
3. Estar presentes, no desconectarnos del entorno social
4. Entender que el conocimiento está en todas las personas
5. En los debates, buscar consensos, preservando la armonía [1]
6. Cultivar la paciencia y la buena onda
7. Aprender a trabajar en equipo, sin jerarquías impuestas
8. Usar herramientas colaborativas para crear soluciones [2]
9. No tomar las opiniones contrarias como un asunto personal
10. Apostar siempre a la imaginación y a la creación colectiva
Entiendo que, adoptando estas consignas como personas conscientes, podríamos caminar hacia un verdadero cambio cultural para la construcción de un nuevo modelo de sociedad.
[1] En Japón se utiliza el nemawashi, proceso mediante el cual se hacen consultas previas antes de proponer un cambio en una empresa.
[2] Por ejemplo, el design thinking.