La puerta universitaria del camino a la adultez. Reflexiones ante el ingreso de una nueva generación de estudiantes de Medicina. Por Humberto Correa

Ingresar a la educación terciaria es la forma en que una parte significativa de la población adolescente inicia el camino a ser un adulto. Consideraremos como adulta a aquella persona que reúne al menos las siguientes características o está en condición de cumplirlas: ocupar un lugar de responsabilidad en la sociedad, trabajar, recibir retribución por su trabajo y vivir de ella y formar una familia.

Podría agregarse, además, poseer un paradigma de vida determinado (ha hecho opciones y tiene algunos valores estables) y tener noción, aunque sea vaga, del mismo. El adulto sano, al menos teóricamente, es un ser independiente, responsable y que ha tomado un camino o una dirección en su vida y en la sociedad y una postura respecto a él mismo y los demás.

El adolescente que ha finalizado la educación secundaria (incluyendo el bachillerato) aún es un ser dependiente, generalmente no se sustenta, se siente pluripotente en cuanto a sus opciones de futuro, es muy gregario (forma grupos diversos) y tiene una gran inclinación hedónica.

Por otra parte, desde el punto de vista neurobiológico, se encuentra en medio del segundo gran cambio adaptativo de su organización cerebral y mental que deriva en cierta labilidad en pensamientos, tendencias, afectos y comportamientos.

 

Humberto Correa Rivero

Febrero de 2021

El sujeto que acabamos de describir esquemáticamente es el que va a ingresar a nuestra Facultad de Medicina el próximo mes. Pasa por la puerta de entrada con grandes expectativas y espera cumplir un sueño. Muchas veces está solo —aun cuando su grupo sea una multitud— y se siente vulnerable aunque no lo exprese.

La institución y el ambiente desconocido hasta entonces (y que en su imaginario son el sustento del largo camino hacia el conocimiento, la profesionalización y la experiencia) lo sume en una posición expectante, respetuosa, algo temerosa y esperanzada a la vez. Su interior es un aparente caos, donde convergen múltiples sentimientos de diverso signo. Esto ocurre en menor o mayor grado en todos, incluso aunque externamente parezcan tranquilos y seguros.

Nuestro papel como docentes, como gestores privilegiados en el proceso formativo de los estudiantes, como mayores, como adultos, como seres con autoridad, es recibirlos con muchísima comprensión y espíritu amistoso y acogedor. Pero, al mismo tiempo, seguiremos siendo símbolos de los límites, las normas, las exigencias y el conocimiento. Aunque no poseamos el conocimiento necesario, para ellos somos los que saben.

En el momento del encuentro nuestro interior también anida sentimientos y sensaciones complejas, pero, a diferencia de ellos, estamos entrenados, tenemos una historia —a veces muy larga— con muchísimos seres similares ellos. Nosotros somos adultos responsables de nuestra misión.

¿Qué misión? La misión de un docente es la de un formador, la de un colaborador y guía conspicuo. Debemos ayudar muy adecuadamente a que los alumnos se formen adultos y personas integrales, profesionales críticos, seres con responsabilidad social y lo más humanistas posible. En cierto sentido tenemos que ayudar a que se transformen en lo que nosotros somos, pero con la importantísima particularidad (que siempre debe ser reconocida) de que cada uno  es diferente a los otros y diferente a cada uno de nosotros. Nosotros somos los adultos que nos constituiremos en los andamios que ellos van a utilizar para construir su edificio personal.

Debemos ser andamios útiles. Y ser útil en educación requiere sentimientos, preparación, comportamientos pertinentes y dúctiles y mucha dedicados. Es necesaria una mezcla en diversa medida de conocimientos, seguridad en sí, empatía, humildad, exigencia, capacidad de escucha, perspicacia para conocer al otro individualmente, disposición para reconocer su personal forma de aprender, plasticidad, entusiasmo y profundo deseo de ayudarlo —amistosamente— a ser persona.

El adolescente que ingresa a primer año de Facultad es poseedor de una plantilla genética específica y ha recibido múltiple influencias desde la primera infancia  —período fundamental en la modulación de una estructura mental adecuada para sí y para el mundo— que determinan quién es hoy, sus valores, características personales y capacidades. El hoy es esa persona, con la inestabilidad propia del momento que vital que atraviesa. La calidad de nuestra compañía y la acogida de la institución seguirán influyendo y provocando cambios en ella. La identidad se modifica a lo largo de la vida, se mientras recorre este camino de socialización. Socialización en sentido general y específica del ser médico.

Recibámoslos bajo esas premisas, ofrezcámosles ambiente amistoso —aunque exigente— , reconocimiento de su individualidad, información y conocimiento de donde se encuentran en el tiempo y en el espacio, y qué se les ofrece y se espera de ellos. Seamos claros, sinceros y transparentes. Ayudémoslos en cualquiera de los problemas o malestares que ellos nos presenten o que sea detectado. Apostemos al bienestar mutuo, de ellos y de nosotros. Seamos humanistas.