Notas sobre universidad. Por Humberto Correa

Humberto Correa

  • de mayo de 2020

La universidad es la institución creada por la comunidad para encargarse de la educación superior. La satisfacción de esta misión ha variado en el tiempo y en el espacio, en relación a la cultura, posibilidades y necesidades del medio. Muestra un desarrollo histórico irregular con períodos excelsos y períodos de inadecuación a sus fines, de sombra intelectual prolongada.

Un muy escueto recorrido histórico nos muestra algunos hitos destacables de esta forma educativa. La tradición griega,  así como la budista, concedía a la «educación superior» de su tiempo «el fin de indagar sobre los fundamentos de todas las cosas y preparar al individuo para la sabiduría y la plenitud» (A. Pérez Lindo). Había en ello dos finalidades: abrir al individuo a la inmensidad del todo y formarlo para su plenitud individual.

En el siglo iv d. C. destaca en forma ejemplar la biblioteca de Alejandría como el centro supremo de la cultura holística del mundo antiguo: «Se practicaba la libre asociación para estudiar cualquier disciplina, acumulaba muchísima información en sus archivos, era cosmopolita, tolerante de creencias, razas y lenguas, plural y estimulante de la discrepancia y la discusión fundamentada». En ella brilló como profesora, investigadora y docente, en un ambiente de tolerancia y amistad, la sabia Hipatia de Alejandría (María Dzielka). Hipatia se consideraba una filósofa postplatónica. Fue asesinada y descuartizada por una turba de cristianos a los 45 años.

A fines de la Edad Media se formaron las primeras universidades (Bolonia, agrupación de estudiantes desde 1088 y con estatutos de universidad desde 1317) que se definieron por profesiones: teología, derecho y medicina. Su sistema era teórico y rígido, estaban ausentes la práctica, la discusión y la experimentación. Se ocupaban de replicar el conocimiento antiguo de manera dogmática, no de los mecanismos que hacían funcionar la polis, del aprendizaje práctico ni de la naturaleza. Estaban regidas casi exclusivamente por autoridades eclesiásticas. De ellas no salió la semilla de la ciencia ni de aprendizaje sobre la naturaleza.

Fueron los pensadores y estudiosos libres quienes formaron las academias y se dedicaron a estudiar la naturaleza y los problemas que importaban en la organización de la polis. Fueron verdaderos «francotiradores», al decir de Thomas Kuhn, que finalmente hicieron cambiar el paradigma formativo previo (P. Burke). Es de destacar que en el siglo xvi brilló la universidad alemana (Heidelberg, de orientación calvinista reformista) que fue modelo para otras de Europa.

En América Latina las universidades tomaron el modelo español y fueron centros de formación para las elites hasta principios del siglo XX. A principios de ese siglo destaca la Reforma de Córdoba (1918), movimiento estudiantil vigoroso y transformador que buscó la autonomía, la democratización y poner el conocimiento al servicio de la sociedad, intentó cambiar la enseñanza. Posteriormente, derivó o indujo la orientación de las agrupaciones de universitarios hacia movimientos revolucionarios (A. Pérez Lindo).

Y así llegamos al presente, en que las universidades han tenido una evolución favorable hacia la democratización (queda mucho por hacer) y la masa de estudiantes que accede a ellas aumenta continuamente (E .Sánchez Costa.). Forman profesionales en áreas específicas del saber (a veces estancas), obligadas por la gran especificidad y extensión de cada campo. Lamentablemente esto no ha sido compensado mediante el cultivo de una visión global e integradora del conocimiento. La mayoría de las instituciones privilegia la investigación y publicación(a veces priorizando la cantidad y no la calidad). Se han transformado en complejísimas «instituciones de conocimiento» que tienen un gran gasto de energía para mantener su funcionamiento interno y muchas veces principalmente preocupadas por su propio mantenimiento antes que el de su entorno ( J. J. Brunner).

Educación superior

La educación superior es un bien común, como lo ha señalado unesco, no un «servicio social». Es decir, no es algo que se ofrece a quien lo demande, sino que es un bien de todos y al que todos tienen derecho ( Segunda Conferencia Mundial en Educación Superior, 2009).En Uruguay se ha consagrado este principio hace mucho tiempo, pero vale la pena recordar que consta en los primeros artículos de la reciente aprobada ley fundacional del Instituto Nacional de Acreditación y Evaluación de la Educación Terciaria (inaeet), cuyo proyecto se generó, con gran esfuerzo, en consenso de representantes de toda la educación terciaria en nuestro país: «consideración de la educación como un bien público y social, no susceptible de ser orientada por la finalidad de lucro». Así fue presentado en la exposición de motivos ante la Cámara de Diputados: «la Educación Superior es un bien público social, un derecho humano y universal y un deber del Estado […] para formar ciudadanos que respeten y reconozcan la diversidad y el pluralismo».

Aunque «educación superior» se acepta como sinónimo de «educación terciaria» (unesco), es decir, la que se imparte luego de finalizar secundaria- bachillerato, pensamos que estos dos términos no deberían ser sinónimos, dado que existen variados tipos de educación posteriores al ciclo secundario. Creemos que merece el término de «superior» aquella educación que se realiza a través de programas de formación integral de los profesionales, gestando su desarrollo en los planos técnico-científico, mental, social y humano, que los conduzca a comprometerse profundamente con su comunidad, además de inducirlos a ser conocedores de la cultura de su tiempo y de su ambiente.

Nuestras universidades de América Latina, así como egresados en particular, deben ser gérmenes y actores de transformación social en busca del justo bienestar de toda la población. Esta exhortación figura —desde distintos ángulos— en los trabajos de Pérez Lindo y de Brunner, en resoluciones de las conferencias mundiales de educación y en los principios del movimiento de Economía Humana que permean la obra de Arokiasamy y col.

Creemos que debe reservarse el término «superior» para la educación terciaria que cumple estos fines. Sería deseable que toda instancia de educación terciaria fuera «superior», para que de esa manera se formaran más personas integrales para la sociedad, pero las limitantes de los contextos —y las prioridades de los integrantes de las instituciones— llevan a soluciones pragmáticas que determinan que la mayoría de las veces esto no sea así.

Las universidades deberían impartir una educación terciaria (posterior a la secundaria) superior (integral, hacia la comunidad y hacia el individuo).

Conocimiento, universidad y facultades

El conocimiento implica saber (obtener información, reflexionar y practicar) acerca de las cosas, los hechos y los procesos que se aparecen al ser humano y sus sociedades durante el transcurrir. Cosas, hechos y procesos son cambiantes y dinámicos y, aunque nunca podemos llegar a conocer su esencia real, definitiva, podemos esforzarnos por aproximarnos lo más posible a ella. Es deseable que lo hagamos en forma suficiente para mantener y recomponer la vida individual y social, la creación y la adaptación a la realidad cambiante, pues esta es la naturaleza de las cosas.

Hay variadas clases de conocimiento. La universidad debe ocuparse del conocimiento erudito (profundo, amplio, expresión de la ciencia y también del arte) en un ambiente de autonomía y de —imprescindible— articulación con entes que gestionan la comunidad, que organizan la comunidad y que producen en la comunidad. Su papel es procurar la recuperación, el análisis, el juicio crítico, la trasmisión, la creación y difusión del conocimiento. Se ocupa asimismo de la formación de profesionales integrales (a través de sus facultades e institutos) que aplican ese conocimiento en los campos específicos en la sociedad en que actúan.

Y una parte esencial de la misión universitaria es integrase a la sociedad, conocer sus necesidades, sus sufrimientos y su cultura, su imaginario social y sus saberes. Esta consustanciación le servirá de base para orientar el manejo del conocimiento y la formación de profesionales para colaborar en dar soluciones a los problemas de la gente. Esto es una prioridad. Y para instrumentar sus soluciones debe estar bien articulada con organismos que actúan en la sociedad, con la sociedad como un todo, con los gobiernos de la polis y con las entidades de desarrollo y producción.

Respondiendo a necesidades de formación específica de técnicos y profesionales en diversas áreas del quehacer, las universidades forman y agrupan en su seno facultades e institutos dedicados a diversas parcelas de conocimiento. El inconmensurable conocimiento actual (en extensión y profundidad) y su incremento sin pausa lo hacen necesario. A su vez, las facultades subdividen el saber que enseñan y deben aprender los estudiantes en diversas áreas con el fin de concentrar un método de mirada y análisis especial en cada uno, ya que se considera que los    asuntos a saber no pueden aprehenderse globalmente en un solo proceso.

Este sistema de parcelas separadas está discutido. Aunque es el que impera, actualmente se ensayan modalidades sistémicas (globales o de «multimirada simultánea») de aproximación al saber. En el mismo sentido la evolución —lenta— hacia un conocimiento más integrado ha llevado a evitar la denominación de cátedras (que convierten a las áreas o asignaturas en sectores estancos y aislados) y más bien a reunir varias áreas en departamentos. Esto, cuando es más que un cambio de nombre, ayuda a no perder la visión global de los objetos del saber y permite superponer parcialmente diferentes enfoques de los objetos de estudio. Puede comprobarse que estas propuestas avanzadas se mencionan en muchos programas, pero solo se ponen en práctica en algunas casas de estudio.

Labores esenciales

Podemos plantear que una universidad tiene un área administrativa y tres áreas de pensamiento(filosofía, reflexión, inspiración) y acción .Es elemental que debe administrar su funcionamiento y el de sus facultades: recursos y presupuestos, nombramientos de autoridades, escalafones, bibliotecas, condiciones de admisión, certificados y títulos, evaluación de resultados y otros asuntos que a veces parecen infinitos. Pero el corazón de su ser tiene tres núcleos:

  • Pensarse a sí misma y pensar el conocimiento. Debe autoanalizarse desde su fundación en adelante, revisar la razón de su existencia y su adaptación a los tiempos. Debe tener instrumentos para analizar qué es el conocimiento, cuál conocimiento es necesario, a quién impartirlo, cómo se adquiere, qué conocimiento crear, cómo difundirlo y, principalmente, cómo articular su aplicación en la sociedad y los problemas de esta.
  • Definir el perfil de sus egresados y los medios para lograrlo. Es decir, establecer los lineamientos que, de acuerdo a sus principios y valores, orientarán la formación integral técnica, científica y humana del estudiante (H. Correa).
  • Tener una mirada permanente sobre la comunidad. Esto tiene la finalidad de conocerla mejor en sus características, necesidades, preferencias, orientaciones y paradigma de vida. De acuerdo a ello, articular correctamente la aplicación de los conocimientos que maneja y crea para mejorar la vida de los habitantes obrando a través de diversos mecanismos.

La universidad da los lineamientos de principios, actividades y fines a sus facultades y estas las adaptan, enriquecen, y tratan de llevarlos a la práctica. Pero la universidad no es solamente la suma de sus facultades, sino que tiene tareas propias que se proyectan en sus institutos y en la comunidad. Muchas de ellas constituyen actividades transversales que preparan y enriquecen a todas sus instituciones internas.

Aunque de lo anterior puede deducirse parte de esta labor de la cabeza institucional, es bueno exponer sus principales actividades propias:

  • Definir sus principios, valores, misión y visión.
  • Poner los a disposición de la población en sus órganos de difusión.
  • Desarrollar y publicar reflexiones sobre educación superior, políticas de educación, formación integral de los estudiantes, profesores y profesionales.
  • Conocer la comunidad, su vida, su situación, su imaginario y distinguir aquellos problemas cuyas soluciones puedan vincularse a su quehacer.
  • Establecer políticas de articulación con la comunidad, organismos estatales y de producción.
  • Definir herramientas para pensar el conocimiento, conocer su naturaleza, su pertinencia, relevancia, trasmisión, creación y difusión, y evaluar su aplicación (en especial crear espacios para epistemología y sociología del conocimiento).
  • Establecer políticas de investigación y formar investigadores.
  • Desarrollar la formación didáctica de sus profesores y formar especialistas en educación.
  • Establecer servicios centrales de apoyo a los estudiantes.
  • Pronunciarse ante eventos nacionales o regionales que merezcan la opinión y sugerencias de orientación. Recordemos: la universidad, con su formación, prepara figuras de referencia en la comunidad e, incluso, líderes.

Articulación con el Estado y las empresas

Pérez Lindo dedica en parte su libro a este tema que concibe como un requisito imprescindible para que la universidad colabore en desarrollar los países. Considera que sin esto no habrá desarrollo justo. Señala la necesidad de que la universidad —las universidades— dialogue con el Estado y sepa de sus necesidades. Con este conocimiento puede emprender iniciativas que —sin comprometer su autonomía de principios— ayuden a resolver los problemas del país relacionados con capacitación técnica de personas o procedimientos, aplicación de planes, emprendimientos de investigación científica aplicada o formación de recursos para situaciones puntuales.

En relación al mundo de las empresas (públicas y privadas, aunque las segundas han sido anatematizadas por algunos grupos dentro de varias universidades públicas), este debe considerarse un buen campo de entrenamiento práctico para los estudiantes, a través de pasantías o emprendimientos conjuntos. La enseñanza no puede ser solo teórica (ni predominantemente teórica) y el mejor conocimiento práctico se incorpora aprendiendo en el ámbito de trabajo futuro y «al lado de otro que sabe, hace y muestra cómo se hace». Este concepto es el motivo principal del libro de A. Díaz Maynard.

Manteniendo y asegurando las libertades que no son negociables para las universidades, las empresas (públicas y privadas) representan un buen campo de entrenamiento para la práctica de los futuros profesionales. A la vez, pueden ser permeadas por las posturas de los jóvenes, por su originalidad, su entusiasmo y sus ideas. En muchas áreas del conocimiento, sin campos de práctica reales no se puede pretender que el egresado tenga las competencias necesarias. Este recurso ya se emplea (en medicina y en ingeniería, por ejemplo), pero debe ser más difundido y aprovechado.

La mirada externa y el rendimiento de cuentas

Por otra parte las universidades tienen que dar cuenta a alguien de sus actividades, tiene que haber una mirada externa sobre empleo de sus presupuestos, el nivel técnico y humano de sus egresados, de lo que hacen por la comunidad, de sus logros en investigación y de sus progresos intelectuales. Es decir, alguien que las evalúe y acredite. Al respecto se ha dado un paso trascendental con la reciente fundación del inaeet (ley 19852), aceptado por todos los actores universitarios en Uruguay. Se trata de la institucionalización de la mirada externa e independiente a que hacemos referencia antes, sobre el funcionamiento de todas las casas de educación superior.

Las relaciones de la Universidades con el Estado han sido un tema álgido de discusión y la autonomía una bandera de lucha principal de la Universidad pública. La independencia del poder político ha sido lograda y defendida a capa y espada en Uruguay por UdelaR y deseada (manifiesta o implícitamente) por toda casa de estudios superiores. Pero alguna articulación o grado de dependencia debería existir con quien representa a todos los ciudadanos. Este requisito estaría en oposición a la autonomía total en el manejo y gestión del conocimiento y libertad de cátedra, si esta se considera un bien absoluto e intocable que mantiene a la universidad totalmente desligada de cualquier otro poder. Esto crea una tensión aún no resuelta totalmente, pero no es concebible que esta tensión lleve a romper la conexión múltiple que debe haber entre educación superior, Estado, desarrollo, empresas y comunidad. Es imperioso buscar, aunque sea difícil, una solución equilibrada y de consenso.

Las universidades se debaten entre ser libres, creadoras y fieles a su principio milenario o ser orientadas subrepticiamente por intereses de los grupos internos de poder, por intereses económicos o de sectores sociales o políticos; entre no rendir cuentas a nadie o exponerse al análisis de organismos independientes pero relacionados con el Estado; entre su preocupación por automantenerse y su vocación de servir a la comunidad; entre su burocratización y su ejecutividad. Estas oposiciones funcionan en forma dialéctica y mantienen un equilibrio inestable que universidades, Estado y comunidad deben manejar y resolver con gran sabiduría para que las universidades sean lo que deben ser o, al menos, se aproximen a ello progresivamente y todo lo posible.

Entre todas estas tensiones las universidades se debaten para lograr al menos un cumplimiento parcial de su verdadero fin: servir a la comunidad con justicia, sin distinción de color, credo o partidarismo, a través de su gestión del conocimiento y formación de personas técnicas y humanas adecuadas a su tiempo y a su país.

 

Materiales consultados


AROKIASAMY, Lourtsamy; Berthelot Yves; Lalanne Andrés y Razafinbelo Lily (2016). Caminos de economía humana. CLAEH,  Montevideo.

BRUNNER, José Joaquín (2007). Universidad y sociedad en América Latina. Universidad Veracruzana. Instituto de Investigación Educativa. Veracruz, México.

BURKE, Peter (2002). Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. Barcelona. Paidós Ibérica.

CORREA, Humberto (2012). Escritos realizados en la época fundacional de la Universidad CLAEH (inéditos): (1) Universidad CLAEH. Crónica de una reunión preparatoria, Reflexiones e ideas sobre conocimiento y universidad, Notas sobre universidad: definición, estructuras y funciones (2013).

CORREA, Humberto (2016). Humanismo médico. Editores Fin de Siglo y CLAEH. Montevideo.

DÍAZ MAYNARD, Álvaro (2015). Teoría y práctica de la educación superior. Montevideo.

DZIELKA, María (2009). Hipatia de Alejandría. Ediciones Siruela.

INAEET. Ley n.° 19852. Creación del Instituto Nacional de Acreditación y Evaluación de la Educación Terciaria, 2019. ‹http://www.impo.com.uy/bases/leyes/19852-2019›.

LÓPEZ SEGREGA, Francisco (2012). Segunda conferencia mundial de educación superior (unesco, 2009) y visión del concepto de acreditación en las conferencias de Unesco (1998-2009). Avaliação, Campinas; Sorocaba, SP, v. 17, n. 3, p. 619-636.

PÉREZ LINDO, Augusto (2003). Universidad, conocimiento y reconstrucción nacional. Ediciones Biblos (Conocimiento y sociedad).

SÁNCHEZ COSTA, Enrique (2017). Retos de la educación superior en América Latina: el caso de República Dominicana. Ciencia y Sociedad; 42 (1): 9-23.

UDELAR (1990). Concepto de universidad. Concepto de educación superior en la tradición nacional. Documento oficial del Consejo Directivo Central, Montevideo, Uruguay.